Historia de

Lily y Adarley

En ese entonces todavía no existía el Miocable. Pero la estrella sí, La Estrella coronaba la loma como presagiando que, a pesar de las balaceras y los muertos, en Siloé había luz. 

Hoy, sobre la acera inclinada de la calle de la casa 50ª - 20, el viento despeina las pestañas de la cara de niña de Teacher Lily. La maraña de pelo casi negro cubre la mitad de su rostro, y ella se deja despeinar. Hace mucho que dejó de luchar, “she just flows…” Lily es como el aire, el río y el mar. Respira profundo, con los ojos cerrados, y los abre solo para mirar el paisaje: al frente una ciudad vaciada, al occidente los cerros verdes que son su hogar. 

Para ser un niño o niña milagro bastan tres cosas: 

  1. Una infancia de carencias materiales o de ausencia de cuidado, y si eres desafortunado, ambas.
  2. Las páginas de muchos libros o las palabras de un adulto amable -por lo general una madre-, que afirma que eres capaz de todo, y si eres afortunada, ambas.
  3. Un instante de presencia efímera pero recuerdo eterno, en el que por primera vez no se estuvo en desventaja. Puede ser ganar un concurso de ortografía, conversar con alguien con más carencias -porque siempre habrá alguien más jodido que uno-, pasar a una universidad pública, repartir regalos en navidad o salvar una vida de la manera más sencilla e inesperada. 

En 1995 Adarley se aprendió de memoria cada línea de Gangsta’s Paradise. En ese entonces todavía no existía el Colegio La Fontaine, pero sí el Rap y el R&B. La música recorría cada casa y cada calle, algunas construidas con rieles de tren, piedra y cemento sobre esa loma que se incrustó entre la ciudad para quedarse por siempre. La música también era un presagio, porque entre las guerrillas, los hijos del conflicto y las pandillas, el arte se abría paso, como diciendo que en Siloé había esperanza. 

Look at the situation they got me facin'

I can't live a normal life, I was raised by the street

So I gotta be down with the hood team

Too much television watchin' got me chasin' dreams

Hoy, en un taller que no es taller sino “Maker Lab” Adarley le explica a veinte niños cómo funciona la electricidad. Sus manos están hechas para  inventar, reinventar y reinventarse. 

En 1920, las familias mineras del Viejo Caldas fundaron Siloé. Venían a sacar carbón de la loma, buscando un futuro más próspero entre los caminos de herradura. El abuelo de los Hermanos Manrique, Lily y Adarley, construyó una casa que poco a poco fue creciendo: la casa 50ª - 20 en un sector que años después se hizo barrio, al que bautizaron Lleras Camargo. 

Pero en ese entonces, el mundo no conocía a Lily ni a Adarley, y nadie sabía que serían niños milagro. 

Una niña o un niño milagro es un adulto. Personas criadas en un contexto hostil, que contra todo pronóstico esquivan y superan las trampas de la pobreza, o incluso tropiezan con frenetismo crónico en ellas, pero que por suerte -una suerte de incredulidad feliz-, transforman de manera milagrosa su terruño.  

Mamá se fue porque quería ser libre, y ellos entendieron, -tal vez no ahí mismo, pero sí después-, porque ella les dejó una rareza: una estantería con libros. 

“A los doce años yo me fui a vivir con un tío que tenía un taller de montallantas. Al principio me sentía raro, mi tío se levantaba a las 5 am y me tocaba traerle las herramientas. Él fue el que me enseñó a trabajar y a luchar por lo que uno quiere.”

Lily añoraba una habitación propia. Se encerraba horas en la genialidad de su mente para imaginarse un lugar solo de ella -a room of one´s own-, donde cabía toda la música del mundo, todos los gatos amarillos, los corazones y la naturaleza. Dos vidas la abrigaron: Mamita y Mami Tía la sostuvieron para que cantara Underdog de Alicia Keys a viva voz. 

De más de cien estudiantes, solo tres alumnos de la promoción del 2001 de la Institución Educativa Eustaquio Palacios pasaron a la Universidad del Valle. Lily se vio en la lista de los elegidos en el periódico. Tenía quince años. Estudió licenciatura en Lenguas Extranjeras para convertirse por casualidad en “Teacher Lily”. A los 20 años voló en avión por primera vez en su vida y llegó a Spokane, Washington, gracias a un convenio de la universidad. La educación le dio libertad y el bilingüismo le cambió la vida. 

Si le preguntás a los Manrique por un momento inolvidable, te dirán exactamente el mismo. La diferencia es que Adarley lo vivió con 26 años, cuando Lily estaba en tercer semestre. Fue como ganarse la lotería, no se lo creía. Compró el periódico el domingo y vio su cédula en la lista. Hacía años que se había propuesto aprender cinco palabras en inglés al día, con un diccionario que le cabía en el bolsillo. 

El Colegio La Fontaine es vida. Nació del amor de familia y se ha construido con los retazos ensamblados por las manos brillantes de Adarley, la rigurosidad de su esposa Leidy, la sabiduría pertinente de Hawer, con quien Lily se casó hace más de diez años, y sin duda, con la capacidad profunda de sentir de la rectora del único colegio bilingüe de la Comuna 20 de Cali: Teacher Lily.  

Un día cualquiera, a la salida diaria del colegio, doscientos cincuenta niños y niñas escuchan su nombre porque ya llegó alguien a recogerlos. El parlante no solo grita vaticinios de la niñez milagro: “Dulce María, Samuel, Sofía, Johan…” Casi imperceptible, la voz de Alicia Keys les canta: 

They said I would never make it

But I was built to break the mold…

 

Por María Antonia González 

Directora de Impacto Social

Educambio

Revisión y edición por:

Sara Abadía, estudiante del Masster in Fine Arts in Creative Writing de NYU

María José Espinosa, becaria del MPhil in Comparative Literature de la Universidad de Cambridge.